Por Marco Padilla
Un espacio como el presente es
insuficiente, para ello tengo las hojas en blanco de mi tesis profesional en
unos años. Sin embargo, es una de esas comezones molestas, uno se rasca
escribiendo y escupiendo lo que piensa. Advierto lector letrado que tal vez mi
postulado no pase de demencia anacoreta pues rema contra la corriente, contra
todas las corrientes.
Democracia es el poder del pueblo, así lo dicta la etimología griega. Han pasado muchos años de eso, la palabra ya ni se acuerda de su origen. La democracia se ha plantado en el gobierno de la inmensa mayoría de los países occidentales, pero no por ser la mejor forma de gobierno que enlista la teoría general del Estado, sino por ser la menos mala. Se comprobó ya que la monarquía o absolutismo, la tiranía, la aristocracia, la oligarquía y la demagogia son cotos de poder, pasteles exclusivos. La democracia comparte el pastel y al corromperse, no pone en juego la libertad como decía Platón. Sin embargo lector erudito, pienso que la democracia ha servido para un carajo y nada más. Se enalteció pues fue un logro importante de las revoluciones sociales, no obstante, es un eslabón de la evolución política humana pues arrebató el poder a los que nunca lo soltaban. Es un paso más. Y uno se da cuenta de que es un paso, un escalón, cuando se advierte que uno no está en la cima. Y no se está en la cima porque sigue habiendo defectos, sociales, económicos, y por ello el paso subsecuente se hace necesario.
En México opera la democracia representativa, que de representativa no tiene nada. Los representantes del pueblo, como se les ha enarbolado por la ideología de izquierda, imaginaria y olista, y por el romanticismo rousseauniano, son elegidos por medio de un sistema electoral enrevesado, por mayoría simple, mayoría proporcional y todo es vade mecum contenido en nuestro libro de chistes que tenemos por constitución política. En México el puesto de servidor público no es más que una oportunidad de hacer dinero, y el sufragio es el medio para alcanzar el fin. Acoto los puestos a los que, de inicio, me ciño. Diputados, federales y locales, y senadores. En México un diputado o senador llega a la curul o escaño por el voto, siempre lector intelectual, ideologizado por los intereses que están de moda en el país, léase reforma eléctrica, no aumento al IVA, corrupción, pobreza, inseguridad y los bla bla blas respectivos, ansiado al grado de convertirse la política en un producto a ser vendido pagado con la moneda del sufragio. Yo no sé usted lector, pero yo no siento que mi voz se escuche en el Honorable Congreso. Tampoco siento que se escuche la del tojolobal o tzotzil. Representantes, ja. Lo peor no es saberse excluido de la flamante democracia que a todos incluye, sino saber que en sus manos está el hacer la ley. Y hacen la ley conforme a la divina gracia y a sus intereses políticos, al cómo seguir vendiendo para que sus sucesores encuentren lugar.
La constitución esa chistosa que tenemos no establece como requisito ningún grado mínimo de estudio, lo que se comprende pues la mentada carta magna data de 1917, cuando la educación era burguesa y la democracia no podía darse el lujo de gobernar con gente letrada, sino con gente del pueblo que era docta en la escuela de la vida. Eso fue buena idea carrancista, pero hoy está fuera de contexto. Como estudiante de Derecho es frustrante encontrar en los cuerpos normativos tantos yerros doctrinales. El legislador no tiene idea alguna de Derecho, de Economía, de Medicina, ramas que debiese dominar. El legislador es un personaje creado por el influyentismo, y nada más. Las consecuencias están ahí, en el país de chicharrones y memelas que tenemos.
¿Y qué propongo? Abolición del sufragio e instauración de exámenes de oposición. Tecnocracia. Que gobierne el que sepa, no el carismático. Que las instituciones educativas como la Universidad Nacional, la Autónoma de Nuevo Léon, la Autónoma de Guadalajara, el Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey, apliquen los exámenes con objetividad y transparencia. Y que haga el examen quien se sienta capaz. Legisladores que pretendan reformar o crear leyes en materia de salud, verbigracia, deberán tener conocimientos mínimos de Derecho y amplios de Medicina; o aquéllos que pretendan reformar o crear leyes en materia económica, habrán de ser economistas. Que se reformen las cláusulas pétreas de la constitución. El senado estorba, es un invento estadounidense.
Quinientos diputados son muchos, trabajar en comisiones pequeñas, lo ideal. Que sean diputados las calificaciones más altas en el examen de oposición. Punto. Nada de influencias. Mis críticos dirán que esto es un despotismo ilustrado, fuera de tiempo. A lo que me adelanto contestándoles que no, que esto es la solución a tantas discrepancias emanadas de intereses. La sociedad mexicana es más madura ya que a principios del siglo XX. Hay ya más gente letrada. Así incluso le damos un empujón a la educación que tanto lo necesita.
El espacio es corto, pero pretendo ahondar más en el tema en textos posteriores. El voto, lector, debe dejar de existir pues está viciado, siempre lo estará, aunque se luche por evitarlo. La educación va siempre adelante y poco o nada está viciada. Piénselo lector, por lo menos para sentir que no estoy solo.
Democracia es el poder del pueblo, así lo dicta la etimología griega. Han pasado muchos años de eso, la palabra ya ni se acuerda de su origen. La democracia se ha plantado en el gobierno de la inmensa mayoría de los países occidentales, pero no por ser la mejor forma de gobierno que enlista la teoría general del Estado, sino por ser la menos mala. Se comprobó ya que la monarquía o absolutismo, la tiranía, la aristocracia, la oligarquía y la demagogia son cotos de poder, pasteles exclusivos. La democracia comparte el pastel y al corromperse, no pone en juego la libertad como decía Platón. Sin embargo lector erudito, pienso que la democracia ha servido para un carajo y nada más. Se enalteció pues fue un logro importante de las revoluciones sociales, no obstante, es un eslabón de la evolución política humana pues arrebató el poder a los que nunca lo soltaban. Es un paso más. Y uno se da cuenta de que es un paso, un escalón, cuando se advierte que uno no está en la cima. Y no se está en la cima porque sigue habiendo defectos, sociales, económicos, y por ello el paso subsecuente se hace necesario.
En México opera la democracia representativa, que de representativa no tiene nada. Los representantes del pueblo, como se les ha enarbolado por la ideología de izquierda, imaginaria y olista, y por el romanticismo rousseauniano, son elegidos por medio de un sistema electoral enrevesado, por mayoría simple, mayoría proporcional y todo es vade mecum contenido en nuestro libro de chistes que tenemos por constitución política. En México el puesto de servidor público no es más que una oportunidad de hacer dinero, y el sufragio es el medio para alcanzar el fin. Acoto los puestos a los que, de inicio, me ciño. Diputados, federales y locales, y senadores. En México un diputado o senador llega a la curul o escaño por el voto, siempre lector intelectual, ideologizado por los intereses que están de moda en el país, léase reforma eléctrica, no aumento al IVA, corrupción, pobreza, inseguridad y los bla bla blas respectivos, ansiado al grado de convertirse la política en un producto a ser vendido pagado con la moneda del sufragio. Yo no sé usted lector, pero yo no siento que mi voz se escuche en el Honorable Congreso. Tampoco siento que se escuche la del tojolobal o tzotzil. Representantes, ja. Lo peor no es saberse excluido de la flamante democracia que a todos incluye, sino saber que en sus manos está el hacer la ley. Y hacen la ley conforme a la divina gracia y a sus intereses políticos, al cómo seguir vendiendo para que sus sucesores encuentren lugar.
La constitución esa chistosa que tenemos no establece como requisito ningún grado mínimo de estudio, lo que se comprende pues la mentada carta magna data de 1917, cuando la educación era burguesa y la democracia no podía darse el lujo de gobernar con gente letrada, sino con gente del pueblo que era docta en la escuela de la vida. Eso fue buena idea carrancista, pero hoy está fuera de contexto. Como estudiante de Derecho es frustrante encontrar en los cuerpos normativos tantos yerros doctrinales. El legislador no tiene idea alguna de Derecho, de Economía, de Medicina, ramas que debiese dominar. El legislador es un personaje creado por el influyentismo, y nada más. Las consecuencias están ahí, en el país de chicharrones y memelas que tenemos.
¿Y qué propongo? Abolición del sufragio e instauración de exámenes de oposición. Tecnocracia. Que gobierne el que sepa, no el carismático. Que las instituciones educativas como la Universidad Nacional, la Autónoma de Nuevo Léon, la Autónoma de Guadalajara, el Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey, apliquen los exámenes con objetividad y transparencia. Y que haga el examen quien se sienta capaz. Legisladores que pretendan reformar o crear leyes en materia de salud, verbigracia, deberán tener conocimientos mínimos de Derecho y amplios de Medicina; o aquéllos que pretendan reformar o crear leyes en materia económica, habrán de ser economistas. Que se reformen las cláusulas pétreas de la constitución. El senado estorba, es un invento estadounidense.
Quinientos diputados son muchos, trabajar en comisiones pequeñas, lo ideal. Que sean diputados las calificaciones más altas en el examen de oposición. Punto. Nada de influencias. Mis críticos dirán que esto es un despotismo ilustrado, fuera de tiempo. A lo que me adelanto contestándoles que no, que esto es la solución a tantas discrepancias emanadas de intereses. La sociedad mexicana es más madura ya que a principios del siglo XX. Hay ya más gente letrada. Así incluso le damos un empujón a la educación que tanto lo necesita.
El espacio es corto, pero pretendo ahondar más en el tema en textos posteriores. El voto, lector, debe dejar de existir pues está viciado, siempre lo estará, aunque se luche por evitarlo. La educación va siempre adelante y poco o nada está viciada. Piénselo lector, por lo menos para sentir que no estoy solo.
*El autor es estudiante de tercer semestre de la carrera de
Derecho en la Universidad Panamericana y estudiante de primer semestre de la
carrera de Letras Hispánicas en la UNAM
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